Felicidad era su cabello. Eran sus inalcanzables manos.
Tenerle hubiera sido inimaginable, porque no podía si quiera pensar que fuera posible algo más que verle.
Él sólo podía verle, y era muy feliz con ello.
Le veía, como si se tratase de un cuadro tras un vidrio.
A veces, se veía a sí mismo rompiendo el vidrio, llegando a ella.
Otras veces, se conformaba imaginando que, de cuando en cuando, ella le devolvía la mirada.
Siguió observando.
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