viernes, 26 de diciembre de 2014

Espectáculo

Me encontraba en un museo lleno de gente, de personas vacías que realmente no sabían lo que estaban viendo. Personas que sólo veía la descripción de cada cosa, y haciendo una mueca con sus rostros, pasaban a la siguiente. Me había fijado en una obra que llamó mi atención desde el primer momento, y desde entonces, procuraba todos los días ir a aquél museo sólo para poder verle; muchas veces sólo iba para asegurarme que seguía allí, para ver si alguien había prestado atención a aquella obra. No sabía si con lástima o con alegría me marchaba, viendo que únicamente yo lograba ver toda esa belleza, que no parecía perteneciente a este mundo, ni a cualquier otro que lograra imaginar. Con el paso del tiempo, empecé a pasar todos mis días en aquel museo. Iba sólo a sentarme, a quedarme viendo embobado aquella obra. Fue tanto así el tiempo que pasé en silencio frente a aquella obra, que eventualmente empecé a sentir que también yo era observado. Pasaron los días y les siguieron las semanas, y había dejado de ir al museo únicamente para ver, sino que también fui para ser visto. Pero estaba el lado bueno de que nadie de los que estaban allí supieran nada: nadie nos veía. Nadie excepto nosotros. Pasábamos días enteros viéndonos, cada día sorprendido por los detalles de la obra.
Fue así, hasta que un día decidimos llevar el museo, donde podríamos seguir mirándonos. Era ahora nuestra cama el museo, y nosotros, expuestos, las obras del otro.