lunes, 31 de agosto de 2015

도로

Algunos caminos nunca se cruzan,
permanecen sin tocarse,
separados.
Lejos o cerca son lo mismo:
distantes.

Otros caminos buscan unirse,
buscamos unirlos,
a sí mismo,
alargarlo,
que nos lleve lejos.

Otras veces, nuestro camino,
lo trazamos cerca de otro,
discreto,
aproximándose,
reparando las grietas que hemos dejado
tras andar,
tras tropezar,
esperando que,
nuestro camino,
pueda ser el mismo o,
al menos,
tener una encrucijada común.
Algo en común.


viernes, 7 de agosto de 2015

Pedido

Sentado en aquel banco de madera, por alguna razón, se sentía más perdido que nunca, pero de forma muy extraña, feliz con eso. Los pensamientos que le golpeaban eran muy pocos; se descubría pasando varios minutos viendo hojas en los árboles, viendo los zapatos de las personas levantar un poco de agua al pasar por los charcos que había dejado la lluvia de la noche anterior; el sonido de las conversaciones ajenas, de las cuales lograba captar muy poco, pero lo suficiente como para perderse en esas historias: desde el té de la semana que viene, la pareja en medio del divorcio, y los que hablan del último partido de no-sabe-qué deporte. Cualquier cosa le fascinaba, cualquier cosa era interesante.
Veía sin ver, veía viéndolo todo. Los rostros, las ropas; veía las sonrisas del grupo de amigas que iban hablando del mensaje de texto que recibió una de ellas, la pensativa mirada de los que no parecían haber recibido un mensaje o hecho que pudiera resultar similar. A todos los veía, pero no parecía darse cuenta de ello, aún cuando las personas a veces se daban cuenta, y le devolvían la mirada; a veces con curiosidad, a veces con algo de miedo, molestas, o respondiendo con una sonrisa. No se daba cuenta de ninguna de las respuestas de estas personas por las cuales se encontraba fugazmente interesado, y que igual de rápidamente olvidaba. Lograba ver a muchas personas con sus auriculares, perdidos a su modo en su mundo, con su propia banda sonora adaptada a cual sea el momento de su vida por el que iban pasando.
Se habría olvidado de todas esas personas en el mismo segundo en que se fijaba en otra, excepto de una. Iba caminando en dirección hacia él, aunque no lo notó. El banco en el que estaba sentado no estaba ocupado por nada más que algunas hojas recién caídas, hasta ese momento. Veía a una mujer adulta con un vestido corto hablando por teléfono; se veía emocionada por alguna razón, alcanzó a entender que hablaba con su pareja, aparentemente esperaba una cena aquella noche. Volteó la mirada de aquella persona, y fue cuando sus ojos se cruzaron: era una mujer joven, quizá de su misma edad, vestida de una forma un tanto extraña para la ciudad en que vivían, y eso le gustó. Esa persona no pareció reparar en él a pesar de haberle visto: sólo veía el espacio vacío en el banco en que iba a sentarse, y ella, alcanzó a notar, estaba llorando. Durante los breves segundos que duró en su campo de visión, y varios siguientes, no puedo pensar en una historia para ella; no puedo hacer lo que había estado haciendo, y se descubrió atormentado, oyendo ligeros sollozos a su lado, sin nadie más detrás de ella buscando alegrarla.
Fueron varios los minutos que duró sin fijarse en nada ni nadie más. Sin reaccionar, sin lograr pensar.
Logró ver que la mujer levantaba la mirada, e inconscientemente volteó a mirarle, boquiabierto, sorprendido y triste de ver a una persona de semejante belleza con el rostro bañado en lágrimas. Era fascinante.
La mujer no se molestó en secar sus lágrimas mientras le sostenía la mirada. De a poco, el hombre sólo pude levantar su mano, y hacer un gesto de saludo hacia la mujer. Duró varios segundo en su torpe intento de socializar, sin saber realmente lo que estaba haciendo. Sólo sabía que quería saludarla. No sabía a qué llegaría, pero no conocía su historia, y le había hecho olvidar la suya propia.
La mujer le sostuvo la mirada, y logró asomar una pequeña y cortés sonrisa, antes de bajar la mirada nuevamente. Ya no lloraba.

Pero él sí.