miércoles, 29 de julio de 2015

Nudos

Pueden decir mucho las miradas.
Pueden volverse encuentros que desean ser repetidos,
que quieren suceder;
pueden dos anhelar verse,
encontrarse,
tenerse.

A veces nos perdemos,
y estas miradas pasan a ser mucho más;
pensamientos no compartidos,
deseos irreales.
Se suman las miradas,
las circunstancias,
se crean deseos,
se toman acciones que, esperamos,
nos brinden más miradas,
y más que miradas.

Nos ata cierto miedo:
la realidad de saber que,
muy posiblemente,
las miradas queden en sólo ellas,
sin compañía,
sin más.

Sólo miradas...
mejor acompañarlas.

sábado, 18 de julio de 2015

Miradas

Entre cientos y cientos de personas que podrían circular por cientos, miles de lugares, en tantísimos momentos distintos, a veces, encuentros extraños pasan. Millones de miradas, de pensamientos, de sucesos pasando frente a una persona en su día a día; miles de personas que están ante nosotros aunque sea por centésimas de segundos, por muy pequeños instantes que, de una forma u otra, son parte del ambiente; son parte de la ciudad donde estás, son parte de la vida el verlos pasar. 
A veces, hay personas con las que sólo te topas por casualidad. A veces, hay miradas devueltas: segundos de personas viéndose mutuamente, para luego perderse, y quizá nunca más verse. Pero también, otras veces, hay personas que tienen la oportunidad de verse muchas más veces. Fuera de un encuentro común, coincidencias en horas y lugares, o quizás también motivos. A veces estas miradas se encuentran, fugaces; a veces, una sonrisa acompaña estas miradas aparentemente perdidas, pero con un destino profundamente marcado. Quizá sea casualidad tan sólo.

Quizá no sean sólo miradas.

miércoles, 8 de julio de 2015

Asientos y espacios (vacíos)

Poco a poco, las pesadillas dejaron de ser las mismas; ya no eran pesadillas, eran sueños, de cierto modo, comunes. Los sueños empezaron a ser, de a poco, realidades a medias. El asiento ya no estaba ocupado, ni parecía que fuera a estarlo; la nube de hubo que poco me dejaba ver desaparecía de a poco, hasta el punto de tener una visión clara de lo que había frente a mí: yo. Estaba yo en mi asiento, y yo junto al otro; yo en los dos, yo en ninguno. Ya no había nombres escritos bajo la almohada, ya no eran días deseando la noche, deseando los sueños. Ya no eran las pesadillas que no tenían fin, que ya no daban paso a ningún día: ya no era sólo noche. Ahora, era yo. Poco a poco, mi existencia sin aguardar el sueño fue encontrando un camino. Quizá no sea el camino final, el correcto, o quizá no sea un camino, pero al menos, lo estoy encontrando yo. En muchas, muchísimas formas, tantísimas cosas han dejado de ser, han sido, y podrán ser, pero no es tiempo (aunque nunca lo es) de pensar en el qué será, el por qué fue o no fue.
De cuando en cuando, aún así, los sueños vuelven, el asiento sigue estando: vacío y yo, de alguna forma, viendo muchas más sillas.