sábado, 30 de mayo de 2015

Conciliábulo

Los sueños pasaron a ser pesadillas,
el cristal que había en medio se opacó,
¿o era yo quién me opacaba?
Noté que ya no respiraba,
si es que importaba.
A través del cristal, cada vez veía menos,
¿cuál de los dos se alejaba?
¿estuvimos cerca alguna vez?
No tenía fuerzas para levantarle,
para llamerle,
sólo podía verle,
cuando estaba.
Distinguía ambos mundos;
sueños,
realidad.
Ninguno me gustaba.
Antes no había cristal,
antes flotaba;
antes
...
estaba vivo.
Pesadilla tras pesadilla,
sólo a veces le veía,
a través del humo y el cristal,
aunque ya no me devolvía la mirada:
sólo estaba allí.
No podía hablar,
quizá porque si lo intentara,
gritaría,
lastimaría
¿me lastimaría a mí,
o a ella?
A veces, ya no estoy sentado,
y tampoco hay cristal,
no respiro,
pero quiero hacerlo;
¿floto?
No.
Me hundía.
El cristal volvía a estar,
estaba sentado otra vez,
y ella también.
Me devolvía la mirada,
que nunca aparté,
pero veía a través de mí;
se levantó,
su silla se desvanecía
¿no iba a volver?
Me quedé esperando,
intentando no despertar,
o,
¿estaba despierto ya?

Ah,
allí está.
Grité,
pero no se lo que dije.
Tampoco pareció escucharme.

Creo que sí:
me había muerto.

domingo, 10 de mayo de 2015

Arte

Era desconcertante; el museo que frecuentaba ya no era el mismo, y no fue por voluntad que debí hacer este cambio. Veía a personas maravilladas con las obras que se exhibían: veían todos los colores, las formas, poses, luces, auras e historias que desprendían todas y cada una de ellas, pero apenas y me hacían girar, sólo para volver a apartar la mirada. A pesar que el sitio era de apariencia agradable, todo parecía estar en desorden, aún cuando seguían perfectos y rigurosos patrones; simplemente todo parecía mal, como si nada de eso valiera la pena que de verdad estuviese allí.
Sin embargo, seguía yendo al museo, pensando que quizá lograría ver qué era lo que faltaba, y poder hacer el debido sitio para aquello. Día tras día, veía a las personas ir, observando como si fuera perfecto lo que veán, y otros sin saber siquiera que estaban viendo algo, pero todos estaban allí sin saber que ninguna de esas obras era arte; no eran nada.
Cada vez que iba me sentía más seguro con lo que faltaba en este nuevo museo en qué me habían hecho ir a parar, y sentía cada vez más indiferencia hacia las demás obras, hacia esos intentos.
Y tenía sentido que aquel museo no me gustara nada, y que todo estuviera mal; faltaba la pieza de arte, la verdadera: faltaba ella.