domingo, 22 de mayo de 2016

encendedor

Y aunque el hombre no acostumbraba fumar, el humo y el olor fueron tan familiares para él como el respirar, como el andar y como el querer. El humo escapaba entre sonrisas y risas, ascendiendo y perdiéndose, al igual que el hombre que, perdido, no sabía si buscarse, o si ya se había encontrado  tiempo atrás.
A pesar de la calidez de la compañía, el frío lograba colarse en su piel hasta erizar su piel o, quizás, la misma compañía le hacía estremecerse. Le gustaba estremecerse, le gustaba esa paz e incertidumbre; desprenderse de pensamientos y quizás incluso pesares gracias a sentir, gracias a reír, y al baile que hacían sus dedos al temblar, aunque no por el frío, sino por el nerviosismo y el pequeño miedo excitante de saber si la calidez era real o no, apretando su mano para no dejar escapar el escenario en el que se encontraba.
El miedo desapareció pues, la calidez sentida, la compañía, era real.