miércoles, 8 de julio de 2015

Asientos y espacios (vacíos)

Poco a poco, las pesadillas dejaron de ser las mismas; ya no eran pesadillas, eran sueños, de cierto modo, comunes. Los sueños empezaron a ser, de a poco, realidades a medias. El asiento ya no estaba ocupado, ni parecía que fuera a estarlo; la nube de hubo que poco me dejaba ver desaparecía de a poco, hasta el punto de tener una visión clara de lo que había frente a mí: yo. Estaba yo en mi asiento, y yo junto al otro; yo en los dos, yo en ninguno. Ya no había nombres escritos bajo la almohada, ya no eran días deseando la noche, deseando los sueños. Ya no eran las pesadillas que no tenían fin, que ya no daban paso a ningún día: ya no era sólo noche. Ahora, era yo. Poco a poco, mi existencia sin aguardar el sueño fue encontrando un camino. Quizá no sea el camino final, el correcto, o quizá no sea un camino, pero al menos, lo estoy encontrando yo. En muchas, muchísimas formas, tantísimas cosas han dejado de ser, han sido, y podrán ser, pero no es tiempo (aunque nunca lo es) de pensar en el qué será, el por qué fue o no fue.
De cuando en cuando, aún así, los sueños vuelven, el asiento sigue estando: vacío y yo, de alguna forma, viendo muchas más sillas.

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