sábado, 30 de mayo de 2015

Conciliábulo

Los sueños pasaron a ser pesadillas,
el cristal que había en medio se opacó,
¿o era yo quién me opacaba?
Noté que ya no respiraba,
si es que importaba.
A través del cristal, cada vez veía menos,
¿cuál de los dos se alejaba?
¿estuvimos cerca alguna vez?
No tenía fuerzas para levantarle,
para llamerle,
sólo podía verle,
cuando estaba.
Distinguía ambos mundos;
sueños,
realidad.
Ninguno me gustaba.
Antes no había cristal,
antes flotaba;
antes
...
estaba vivo.
Pesadilla tras pesadilla,
sólo a veces le veía,
a través del humo y el cristal,
aunque ya no me devolvía la mirada:
sólo estaba allí.
No podía hablar,
quizá porque si lo intentara,
gritaría,
lastimaría
¿me lastimaría a mí,
o a ella?
A veces, ya no estoy sentado,
y tampoco hay cristal,
no respiro,
pero quiero hacerlo;
¿floto?
No.
Me hundía.
El cristal volvía a estar,
estaba sentado otra vez,
y ella también.
Me devolvía la mirada,
que nunca aparté,
pero veía a través de mí;
se levantó,
su silla se desvanecía
¿no iba a volver?
Me quedé esperando,
intentando no despertar,
o,
¿estaba despierto ya?

Ah,
allí está.
Grité,
pero no se lo que dije.
Tampoco pareció escucharme.

Creo que sí:
me había muerto.

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