domingo, 10 de mayo de 2015

Arte

Era desconcertante; el museo que frecuentaba ya no era el mismo, y no fue por voluntad que debí hacer este cambio. Veía a personas maravilladas con las obras que se exhibían: veían todos los colores, las formas, poses, luces, auras e historias que desprendían todas y cada una de ellas, pero apenas y me hacían girar, sólo para volver a apartar la mirada. A pesar que el sitio era de apariencia agradable, todo parecía estar en desorden, aún cuando seguían perfectos y rigurosos patrones; simplemente todo parecía mal, como si nada de eso valiera la pena que de verdad estuviese allí.
Sin embargo, seguía yendo al museo, pensando que quizá lograría ver qué era lo que faltaba, y poder hacer el debido sitio para aquello. Día tras día, veía a las personas ir, observando como si fuera perfecto lo que veán, y otros sin saber siquiera que estaban viendo algo, pero todos estaban allí sin saber que ninguna de esas obras era arte; no eran nada.
Cada vez que iba me sentía más seguro con lo que faltaba en este nuevo museo en qué me habían hecho ir a parar, y sentía cada vez más indiferencia hacia las demás obras, hacia esos intentos.
Y tenía sentido que aquel museo no me gustara nada, y que todo estuviera mal; faltaba la pieza de arte, la verdadera: faltaba ella.

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