viernes, 14 de febrero de 2014

atrapasueños

Todavía ignorante de la felicidad que poseía, la melancolía llegaba a su puerta. Resignado y cabizbajo, le dejaba pasar.
Sabía que nunca iba a dar una despedida definitiva, pero la vuelta de su tristeza no era, lógicamente, felizmente recibida. Sin embargo, poca fuerza se oponía, o eso sentía.
Una vez con su tristeza, esta se hacía más grande cuando se daba cuenta de que había despedido a su felicidad. Una vez acomodada su tristeza, le hacía rechazar cualquier cosa que pudiera traer de vuelta a su felicidad. En estas ocasiones, la tristeza tomaba el control. Aunque algo que la tristeza no puede aplacar, es la figura que su mente ocupaba, e iba a intentar verle.
Sus intentos se ven fallidos, ante la presencia inminente de la tristeza, que no demuestra interés alguno en marcharse.
Habiendo cedido su habitación a la tristeza, se encontraba moralmente derrumbado ante la también llegada de sus recuerdos.

Caprichos de la vida, quizá, le hacían pasar por esos momentos. Habiendo renunciado al control de sus pensamientos, oía un sonido diferente al de la tristeza. Levantando la mirada vio que esa acompañante se dirigía a la puerta, y quien le invitaba a la habitación era la imagen que rondaba su mente, y que todavía perseguía.
Le invitó a pasar, y vio que la felicidad estaría con ella.

Fue decidido a la puerta, y viendo su tristeza a través de la ventana, cerró con seguro.
"Lamento el mal rato", le dijo a su felicidad; "adiós", dijo a su tristeza.
"Descuida", respondieron ambas.

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